domingo, 23 de agosto de 2009

REPORTERAS CON SENSIBILIDAD DE MAMA


Cuando se es reportera, solemos tener cierta sangre fría para cubrir todo tipo de hechos. Lo hacemos porque de otra forma terminaríamos llorando en cada comisión. Nos vemos obligadas a congelar sentimientos para no involucrarnos y tratar de ser objetivos. Somos algo así como los doctores, que tenemos que perder el miedo a ver la sangre para operar, o como los policías, que deben enfrentarse a los peores y mas temidos delincuentes, tenemos de eso y mas. Es parte de nuestra profesión, es que debemos ser así, "guerreras", reporteras todo terreno, para buscar, obtener y sacar el mejor provecho de la noticia.
Es así, que hemos llegado a acostumbrarnos a ver atropellados, a cubrir homocidios, a buscar a los familiares de la víctima, a consultar testigos, a tocar las puertas de los involucrados en el caso, en fin, a todo. Incluso solemos contar con cierta naturalidad a la familia y amigos, si hubo varios muertos, un herido, si se trató de un violador, fue un secuestro, un autosecuestro, si la nota estuvo buena, monse, hasta con otros calificativos o jergas y mas...
Sin embargo cuando ya somos madres, todo cambia, ligeramente.
Seguimos siendo las mismas guerreras, las mismas reporteras todo terreno pero con mayor sensibilidad. Aunque seguimos siendo objetivas, terminamos involucrándonos, expresando sentimientos, plasmándolos en nuestros textos, sobre todo cuando se trata de temas relacionados con niños, muerte o violaciones...
Tengo que confesar que sentí ese cambio desde el embarazo, cuando tuve que cubrir el hallazgo de un bebé en el río, muerto, con pocos días de nacido. Cuando tuve que escribir, me costó, traté de ser objetiva, pero no pude. Respiré, traté de no criticar ni calificar a la madre que dejó a su hijo muerto en la calle, pero no pude. Por mas que intenté ponerme en su lugar, no criticarla, no pude, lo hice quizás sutilmente o sugiriéndolo al espectador, dejando que el saque esa conclusión porque jamás hubiese abandonado a mi bebé, jamás.
Luego cuando regresé del descanso post natal, me tocó cubrir la muerte de un niño de 13 años, atropellado en San Miguel. Me dolió, juro que me dolió tanto verlo tendido en el suelo y de tal forma, que no pude dormir sin olvidar su rostro una semana. Veía a su madre llorar y no podía encontrar palabra para aliviarla. Solo me acerqué y la abracé, mientras le pedía a mi camarógrafo que no grabara. Era un momento personal, no de protagonismo. Es que por un momento me puse en su lugar, y no supe que haría.
Cuando veo madres silentes, tan conformistas con la realidad de sus hijas, permisivas, que no hacen nada cuando sus pequeñas fueron tocadas o abusadas, siento rabia, también dolor e indignación, mezclada con impotencia cuando me toca entrevistar a esos monstruos...
Cuando veo negligencias médicas, señoras con niños enfermos en los brazos, tan pobres y sin nada, no puedo dejar de no involucrarme. Intento ayudar con lo que tengo en el bolsillo pero no es suficiente. Siento que mi trabajo me permite hacer algo, pero quisiera hacer mas.
Quizás por eso escribo en este blog. No solo quiero informar, quiero ayudar. Hay tantos niños, tantos casos, tantas historias. Yo me siento tan afortunada con mi hija, pero sé que nada es gratuito en esta vida, nada es seguro, todo es incierto. Podemos tenerlo todo y perderlo en cuestión de segundos. Solo espero que Dios nos libre de pasar por una de esas tantas pesadillas que a diario tenemos que contar en los noticieros...

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